La explanada quedaba vacía al ritmo del reloj. Eran las cuatro de la tarde, un lluvioso otoño de 2001. Inolvidable el gris ceniza del cielo: nunca más lo volví a ver.
Carla, debajo de la tierra, halló su morada hasta el fin del planeta. Sus amigos se empezaban a ir. Quedábamos Juan, un tipo de gabardina y yo.
Miramos el viento corriendo sobre los arbolitos. Yo, por caso, vi fuego sobre las copas de los arboles, siendo que el viento arrancaba herbajos de cuajo. Juan, ni idea...
Sonó su celular. Atendió con preocupación.
En eso, el tipo me sonrió como si supiera que todo era mi culpa. Yo lloré en silencio mi amargura. Era mi culpa todo lo que sucediera allí.
- Adiós -susurró de modo respetuoso Juan.
El tipo se fue. Juan se fue. Yo quedé solo, mirando el montículo de tierra que escondía los restos de Carla. La volví a pensar y me desmoroné en el suelo.
(Si tan solo pudiera volver al primer beso...)
Lloré y me levanté. No ganaba nada lamentando mi idiotez. Ajusté mi cinturón y volví al coche que me aguardaba.
En algún otro lugar de la ciudad, un grito resonaba pidiendo mi auxilio, y yo no lo podía socorrer. Otra vez la misma historia, pero cuenta con un elemento mas trágico que prefiero no develar por el momento.
Bueno, es un poco extraño.. Pero son gustos. Me gusta cuando el autor me ubica bien en la lectura; lugar, espacio, situación...
ResponderEliminarBueno es solo una opinion. Todo sirve cuando se empieza.
Es absolutamente extraño. Me quise hacer el posmo, o algo así.
EliminarA todo esto, ¿quién habla?