Otro fragmento de mi proyecto sobre Jesús. En algún momento he de compilar todo lo que tengo...
Los soldados entraron al vestíbulo con inquietantes noticias para los senadores Claudio, Valerio y Lisio Crato. Como oían desde allí la orgía que se daba en los aposentos de invitados, prefirieron esperar hasta que los legados acabasen su entretenimiento.
Claudio salió de la habitación a paso lento. Estaba cansado. Eyacular era genial, lo hacía vibrar junto a sus antepasados. Se sentía unido por un lazo secreto, arcano: el semen, cadena de contacto entre generaciones. Además, un lindo ejercicio. Pero lo cansaba. Tomando la espada del suelo, intentaba recordar porqué estaba allí, lejos de Roma, lejos de su esposa y sus amigos optimates del Senado, juntando cansancio y polvo en Cesarea de Tiro. Pronto recordó el motivo: ordenes de Tiberio. Y se calló su mente.
A los tumbos, abrió la puerta de par en par. Se topó con unos soldados a los que no les importó su desnudez.
- Legado.
- Prefiero senador de Roma -A Claudio le arrancaba cualquier cosa el mal genio-. Diga.
- Estamos en deber de informarle el asesinato de tres ciudadanos romanos, senador, en una pequeña revuelta...
Claudio los interrumpió, pidiendo una copa de vino a los gritos y aplausos.
- ¿Cómo que una pequeña rebelión? ¿Pequeña? -Remarcó, sonriendo como un loco-. No la califique, no adjetive... Fue una puta rebelión de estos tipos que solo para... pagar impuestos sirven... Gracias, Janea -dijo entre sonrisas a una de las prostitutas. Volvió la vista a los soldados-. Toda rebelión es una falta de respeto a Roma. Toda muerte de un ciudadano romano es una tragedia para el Imperio. ¿Entendió?
- Si, senador -dijeron al unísono, a su pesar.
Claudio sonrió con displicencia.
- Vayan nomás. Y gracias por informarme, veré que podemos hacer.
'Justo cuando estaba a punto de agarrarme a Itálica...'
Se dio vuelta rápido, volviendo al cuarto de invitados. Los soldados no pudieron decir mucho, pero eso no quedaría así.
Apenas salieron de la vista del legado capitalino, los soldados acordaron que lo mejor era hablar con el legado militar y no con unos políticos. Muy sabiamente, al acudir con el procónsul Marco Reacio obtuvieron un recibimiento decoroso y una atención mas interesada.
- Asique unas revueltas... -Marco Reacio tomó su barbilla, como solía hacerlo-. Díganme, ¿es esto usual?
- Desde hace un año, procónsul.
Éste preguntó el porqué: obtuvo un nombre.
- Juan.
Marco Reacio frotó su cabellera blanca. ¿Quién?
- Juan. Le dicen 'el bautista', porque hace ese ritual de echar agua sobre la gente o meterla en el Jordán.
- Vive en el desierto, como un vago.
- Perdona pecados y prepara a su gente para otro hombre, dice...
-Una de esas cosas religiosas de los judíos.
El legado entendía qué podía estar cocinándose. La vieja profecía del Mesías que liberaría a Israel de sus males. Pensar que la primera vez que estuvo en esos lugares, aún vivía el malhechor de Herodes el Grande y esas historias resonaban con fuerza le dio a sus pensamientos un dejo nostálgico. Volvían su mente los dieciséis, las mujeres que violaban en la carretera, los juegos de azar hasta la madrugada... Regresó a Tiro, a sus aburridos casi cincuenta.
- Interesante. Puedo hablar a los senadores de ésto.
Los soldados quedaron tiesos, viendo qué decirle al legado sobre sus colegas que gozaban de un puesto senatorial en Roma y la atención que brindarían a una historia de rebeliones judías y un rabino del desierto en Judea. Marco reacio, viendo las caras de los hombres, agregó:
- Y a mis compañeros de armas, también.
Los soldados se retiraron, entonces, con tranquilidad, algo que el legado romano perdió de golpe. Una revuelta en Judea sería un pésimo recuerdo de su paso, tanto en Judea mismo como en Roma.
'Alguien debe hablar ya mismo con Poncio'.
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