martes, 25 de septiembre de 2012

Bodas

Felipe y Natanael, cierto día, aparecieron en casa de Jesús; las únicas presencias eran las de Santiago y Tadeo. María dormía tranquilamente y no oyó nada de esta conversación.
- Tengo una invitación que no vas a poder rechazar, amigo mío -jadeó Felipe a Jesús
- La tengo yo -aclaró el otro, envuelto en sudor.
Jesús, sorprendido por el hecho de que hayan recorrido la distancia entre Caná y Nazareth a las corridas, les dio un poco de agua. Ya descansados y bebidos, Natanael habló:
- Boda. Una boda. Están todos invitados. Un pariente mío con una mujer de Judea. Se casan, claro.
Los tres aceptaron de inmediato la invitación, aunque Jesús tenía reparos por su madre. Tadeo pensó en invitar a Juan, pero ya hasta en la Decápolis se hablaba de un profeta galileo que profetizaba  y bautizaba en las orillas del Jordán. Imposible que se vuelva atrás.
- Entonces, iremos cuatro de esta casa. Podrías avisarle al novio -sugirió Jesús.
- ¡Si, cuando volvamos! -gimió Felipe, deseoso de quedarse a charlar con el carpintero.
Mientras Felipe iba a comprar algo de harina, aparecieron en el horizonte unas personas. Los discípulos se congregaban con Él: Pedro y Andrés, Santiago y Juan, y Simón, un amigo de Natanael, habían aparecido a lo largo de aquella tarde.
Así, sucedió el día y la tarde. Para la noche, ya todos estaban en sus hogares, y Jesús se hallaba muy alegre de saber que sus discípulos se llevaban tan bien.


Para la noche,  luego de moler el grano, María y Jesús charlaron sobre la boda.
- ¿Vamos, ma? Es mañana.
- ¿Vos querés ir?
Jesús asintió.
- Entonces se va.
El Hijo la miró inquieto.
- A veces creo que me mimás de más.
- Por algo soy tu madre. No se porqué creo que, en el futuro, vas a necesitar mucho amor; y, cuando estés mal, te vas a acordar de todo el amor que te pude dar ahora.
Respiraron profundamente. María guardó unas mantas, tapó una olla, y finalizó:
- No quiero reprocharme nada con vos. Nunca. Te quiero mucho.
- Yo también, Mamá. Mucho.


Jesús y su familia se levantaron bien temprano, yendo en caravana junto al resto de los invitados de Nazareth a las bodas que se realizaban en Caná.
Llegaron en unas horas, para la primer hora de la tarde. El vino recién salía, la comida estaba fresca, los músicos andaban por las primeras canciones.
María pidió ver a los novios en soledad. Sorpresa grata se llevó al ver que la novia era una pariente lejana suya, que hacía tiempo vivía en Jerusalén.
- ¿Entonces somos parientes políticos? -trató de comprender Natanael posteriormente.
- Así parece -sonrió María, con su inocencia intacta.
Mientras tanto, Jesús, Santiago y Tadeo recorrieron Caná, convulsionada por la boda. Buscaron algunos ungüentos que sirvieran como modesto regalo de bodas, pero, con todas las tiendas cerradas, se apersonaron sin nada en la tarde de la fiesta.
Así llegaron a la fiesta: sólo con los ánimos de diversión. Aún, con las primeras estrellas apareciendo, el sol cambiando lentamente el tono de su majestuosidad, no se había encendido la chispa de la danza.
- El principio siempre es ocioso -escuchó Jesús desde un costado. El joven flautista continuó:- Luego, todos van tomando el ritmo de la celebración.
Jesús lo miró como esperándolo. Éste músico se presentó ante la familia del carpintero.
- Tomás, un gustazo.
- Jesús, y ellos son Santiago y Tadeo. Nos veremos pronto -afirmó, para sorpresa de Tomás. Él pensaba en disfrutar la boda, comer y beber gratis, cobrar dinero y volverse a Tiro. Volver a ver pronto a un galileo, no era precisamente un plan interesante.
''Pensamientos estúpidos. Debo afinar la flauta, tocar lo que diga el novio y volver a casa''


La noche aparecía sobre los montes y edificios de Caná. Juan y Santiago, los hermanos, bailaban con destreza. Reían y tomaban vino de una cantimplora que tenían en la mano mientras ejecutaban movimientos similares a los que vieron de un trapecista romano en las calles de Séforis. Terminó siendo una imitación bastante pobretona pero graciosa.
Las mujeres solteras de Galilea danzaban junto a ellos, lejos o cerca alternativamente; todos reían saludables, vigorosos. Eran jóvenes y querían divertirse, porque mañana era Shabat, descanso casa adentro. Aunque, también, se divertían porque eran jóvenes y simplemente querían disfrutar de su vida. Un poco de vino y de danza, luna llena, viento calmo que venía del norte... ¿qué había de malo en ello?
Las griegas y romanas de Séforis y Tiro, con sus cabelleras sueltas, provocaban a varios judíos; los mas nacionalistas estaban espantados, pero los más liberales bailaban sin preocupaciones. Andrés, Juan y Santiago, claro, estaban entre estos últimos. Entre los primeros, entretanto, figuraban varios fariseos que se retiraron al cabo de dos o tres horas de iniciada la celebración.
- Esto es un descontrol -gimió Tadeo a su primo-. Si sabía que venían estos paganos, me quedaba terminando la mesa del gordo Samuel a la luz de las lámparas.
- No digas eso -reprochó Jesús-. No digas cosas de las que luego puedas arrepentirte, Tadeo, hermano mío...
Tadeo y su hermano Santiago quedaron callados en sus asientos, mirando la fiesta y bebiendo vino, charlando con Pedro y Felipe, los de Betsaida. Sus esposas y niños, pequeños ellos, quedaron a un costado, ya que eran casadas y no era bien visto que se mezclaran tanto con los hombres, aún en el ámbito rural, mas flexible en ciertos asuntos.
Jesús tomó vino y bailó un poco, junto a los jóvenes. Su destreza en las piernas era inigualable por parte de sus discípulos, aunque algunos griegos lo igualaban. La herencia de los bacanales aún persistía en Asia Menor. Pronto, Él se cansó de dar brincos y gambetas y volvió a su asiento. Sabía que mañana debía volver al taller a finalizar unos detalles de unas sillas y terminar las tablas para la valla de un mercader griego.
Varias mujeres se acercaron al Salvador, pero Él se negó como un autómata. Presentaba su sonrisa y su negativa, que no era tomada a mal, ya que Él era muy cortés. Seguía pensando en la madera, en los discípulos, en la misión.
María, ante esto, se asustó. ¿Podía ser que, luego de tantos años, cediera...? Pero no, pronto se tranquilizó al ver la escena de las mujeres yéndose por el mismo lado por el que venían sin obtener respuestas positivas. La situación, con el paso de los minutos, le resultó hasta graciosa. Pensó en ellas: ''¡Si tan solo pudieran conseguir a su amor! Dios lo quiera así.''.
Jesús tomó un poco de pescado frito y lo devoró de unos bocados. Estaba sentado en una mesa abandonada, viendo el baile sin fin de Juan y Santiago, ahora con unas panderetas en la mano. Sonrió al verlos con tanta vida para dar. Era cuestión de reacomodarla, direccionarla a fines divinos...
Mientras pensaba en los hermanos, ni se esperaba la sorpresa que su madre le deparaba.


- Hijo.
- ¿Si?
- El vino se... -E hizo un gesto con la mano de ''se terminó todo''.
- Ah -dijo Él, mirando a Santiago, el hijo de Zebedeo, danzando simiescamente.
- ¿Ah? ¿Esa es tu respuesta? -Rió liviana, con el aire, con las olas del Mar de Galilea.
Jesús la miró escéptico.
- ¿Que querés que haga? No empezó mi misión. No me parece adecuado.
María sonrió con asombro.
- Como digas -Y se levantó de su asiento.
Se dirigió a unos empleados del novio que comían pescado y dátiles de una mesa.
- Hola, ustedes.
Los tipos, fornidos galileos, la miraron asombrados.
- ¡Si, ustedes! Hagan lo que Él les diga -ordenó, señalando a Jesús mismo.
No se negaron a la orden de la mujer, ya que, por un lado, era pariente de la novia; pero, por el otro, el hombre señalado tenía un encanto magnético; aún sin que los mirara, se sentían obligados a obedecerlo de algún modo...
Se apersonaron frente a Jesús. Él, observador de la situación, saludó y ordenó:
- Llénenlas de agua.
Se refería a unas tinajas enormes destinadas al agua de purificación. Hecho esto, prosiguió:
- Llévenselas a su jefe.
Llevaron las tinajas al maestro de la ceremonia, un amigo del esposo. Éste probó el contenido de las tinajas y sorbió vino. Era exquisito. Libanés. No, africano... ¿O de alguna región de la Galia? Jamás (ni antes ni después) probó vino de esa calidad.
De inmediato mandó a repartirlo por el salón, y por la puerta, donde estaba la mesa de la cual se proveían los bailarines y los músicos.
El maestro de ceremonias, inquieto, se acercó al esposo. Le preguntó a escondidas:
- ¿De donde sacaste ese último vino? Es genial. Fenomenal.
Éste no supo qué responder; el maestro de ceremonias continuó diciendo:
- Lo tuyo sí que es raro: todos los hombres arrancan sirviendo el mejor vino y, una vez entonados todos, sirven el peor; pero vos hiciste al revés, dejando lo mejor del fruto de la vid para lo último...
El hombre dejó solo al esposo, quien miró hacia todos lados viendo quién podía haber conseguido aquel vino extraño, de gusto liviano y sedoso aroma. No lo encontró aún siendo las siete de la mañana, cuando se decidió a tomar a su novia e irse al lecho. Mas tarde, se autoconvenció de que era romano. Sonrió tontamente al pensarlo, y recordó por siempre el gusto de aquel ''vino romano'', primicia de un vino nuevo que estaba apareciendo.

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