suba en el colectivo,
compre en el almacén,
mi sentimiento es el mismo:
la ciudad me absorbió.
A veces me considero
consagrado desde el nacimiento
a la urbe, a su velocidad,
a sus sonidos dispares
que tan contradictorios son.
Encuentro espacios de paz
en alguna plaza perdida
pero no alcanza para liberarse,
porque fuera perdura
el mar de acero y asfalto.
Así las cosas, solo queda
adaptarse al vértigo,
invadirse por la corriente eléctrica,
someterse al calor de verano
matizado por una bebida dietética.
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