Cambia la suerte
con los huevos explotados.
Los rumbos se modifican
sin sentido siquiera.
El sonar me revienta la cabeza,
quedando unas ruinas
de mi persona,
tan tristes y necesarias.
Disminuye, pero no alcanza.
La potencia presiona
y entonces se desborda
con la cara de tempestad
propia de un planeta
(¡Mil planetas!)
que no olvida.
El rock fuerte sigue
pero me acostumbro
a pensar en los rumbos,
las ruinas, el tecleo del hurón,
los planetas furiosos.
Nada se corre entonces.
Cuando la música se reitera,
la apago, no lo vale.
Toda sensación debe ser
un golpe sin número.
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